martes, 20 de noviembre de 2012
México: Los inicios de la Revolución Mexicana entre los pueblos mixtecos
por Francisco López Bárcenas
La Revolución no fue la misma para todos; los pueblos indígenas, siempre prestos para la defensa de la tierra, son una muestra de ello. El autor, abogado e intelectual indígena, recupera las batallas de los mixtecos para construir una historia desde abajo de este episodio histórico.
Fuente: Desinformémonos
México. En 2010, el gobierno federal de México montó un escenario mercantil para festejar el primer centenario del inicio de la Revolución Mexicana, el cual festejó exaltando la figura de Francisco I. Madero al tiempo que ignoraba la participación de Emiliano Zapata y Francisco Villa, los generales más populares y que dirigieron ejércitos que defendían las causas de los pueblos. Pero el centenario de la Revolución no se reduce a una fecha, tampoco a hechos de relevancia nacional. Los pueblos tienen sus propios tiempos y gestas que festejar, en los que sus antepasados participaron enarbolando sus propias banderas. En el presente texto se expone la forma en que los pueblos mixtecos participaron en el inicio de la Revolución Mexicana, las causas que los llevaron a tomar esa decisión y la manera en que lo hicieron.
Introducción
Cuando el general Emiliano Zapata, Comandante General del Ejército Libertador del Sur, se dirigió a todos los revolucionarios reunidos en Ayoxustla aquel 27 de noviembre de 1911 para que, si no tenían miedo, pasaran a firmar el Plan de Ayala. Entre los que se pusieron de pie y avanzaron hacia la mullida mesa sobre la cual se hallaba el histórico documento se encontraban cuatro mixtecos: el general Jesús Morales, originario del municipio de Petlalcingo -conocido entre su gente como “El Tuerto” Morales por la falta de un ojo que perdió de niño en una riña callejera-; el capitán Francisco Mendoza, del pueblo Organal, en Chietla; Catarino Mendoza, y Amador Acevedo, del Huauchinantla, todos del estado de Puebla.
La presencia de los mixtecos en tan importante acto obedecía a varias razones. Una de ellas era la cercanía geográfica con los rebeldes del estado de Morelos, lo que había facilitado que pelearan juntos en la época del maderismo; pero más significativo que eso era su cercanía ideológica y la desilusión que en ellos generó el incumplimiento del Plan de San Luis Potosí por Francisco I. Madero que, aunque de manera tibia, prometía devolver las tierras de las cuales los indígenas hubieran sido desojados de manera arbitraria. Los sucesos posteriores a la firma de los acuerdos de Ciudad Juárez, por los que Porfirio Díaz renunciaba al poder, mostraban claramente que Francisco I. Madero no pensaba cumplir su promesa y, por lo mismo, los campesinos que lo apoyaron se sintieron desligados de él y con el derecho de volver a las armas para recuperarlas. Así, pues, los unían los ideales de que la tierra volviera a sus legítimos dueños: los pueblos originarios de la región. Y ese era el punto central del Plan de Ayala al que ahora acudían a firmar.
La presencia mixteca en la firma del Plan de Ayala también tenía otro significado. Mostraba que el movimiento zapatista no era un asunto local que se circunscribiera al estado de Morelos, de donde el general Emiliano Zapata era originario; por el contrario, abarcaba una inmensa región del centro y el sureste mexicano. En la región mixteca los ideales zapatistas tenían presencia desde la mixteca costeña hasta la mixteca alta y baja, tanto en el estado de Puebla –donde ya habían combatido coordinadamente durante el maderismo- como en los de Guerrero y Oaxaca, donde todavía no lo lograban. El hecho de que pelearan aislados no significaba que no coincidieran en sus propósitos, únicamente que todavía no se encontraban y ponían de acuerdo.
El presente documento busca explicar las condiciones económicas, políticas y sociales que prevalecían entre los pueblos mixtecos, que permitieron que sus dirigentes y líderes rebeldes se identificaran con el zapatismo y que algunos de ellos participaran en la firma del Plan de Ayala. Con él se pretende mostrar que la historia de las rebeliones campesinas entre los pueblos mixtecos es distinta a la forma como oficialmente se ha contado. Particularmente, de los pueblos mixtecos no existen estudios que presenten explicaciones de conjunto, siempre se muestran como parte de la lucha en los estados a donde pertenecen y así no se percibe la importancia que tuvieron como pueblos socioculturalmente unidos. Un estudio con este enfoque da otra dimensión de su resistencia y sus horizontes, que también pueden ser los de otros, pero con sus rasgos específicos.
La Mixteca a principios del siglo XX
El siglo XX llegó a la región mixteca en una tensa calma. La desigualdad económica en que vivían sus habitantes y la injusticia social que esto representaba no era para menos. El descontento de los pueblos por esa situación era una verdad que pocos se atrevían a ver y menos a cuestionar. La situación social tenía múltiples orígenes y manifestaciones; una de ellas era la agraria. La mayor parte de la tierra seguía siendo comunal, pero en medio de ellas existían importantes haciendas y ranchos, pequeñas si se comparan con las de otros lugares del país, pero grandes si se toma en cuenta su impacto en la economía regional, su organización política y la división de clases sociales a que daba lugar.
Haciendas y ranchos había por toda la región. Por el estado de Puebla, en el distrito de Acatlán, ubicado en la mixteca baja, existían 21 ranchos dedicados a la cría de cabras que después destinaban a la matanza que se realizaba en Tehuacán para obtener grasa, carne y cuero; la actividad tenía tanta importancia económica que las compañías Jiménez y Caminero, representadas por Germán Hoppenstedt, establecieron sucursales en los municipios de Chiautla y Tehuacán. También incursionaron en la agricultura, especialmente en el cultivo de la caña para fabricar azúcar, piloncillo y aguardiente.
Por el estado de Oaxaca fueron importantes las haciendas de La Pradera, en el Distrito de Huajuapan, y el Rosario, en Etlatongo, en la mixteca baja; la Concepción, en Tlaxiaco, en la mixteca alta; y otras de Jamiltepec, en la mixteca costeña. La primera, con más de 10 hectáreas, era la más grande de esa parte de la región, tanto que encerraba los pueblos y estaba rodeada de ranchos ; la de la Concepción, ubicada en la cañada de Yosotiche, era importante por la calidad de sus tierras, el agua abundante en ellas y su clima húmero, ideal para cultivos comerciales, principalmente la caña de azúcar.
En el Distrito de Jamiltepec, en la mixteca baja, existían las haciendas de Santa Cruz, propiedad de Wenceslao García; la de Huazolotitlán, propiedad de Dámaso Gómez ; y la Guadalupe, en Collantes, propiedad de la Casa del Valle y Compañía. Además de las haciendas se contaban 75 ranchos, 13 estaban en el centro, 11 en Huazolotitlán, nueve en Pinotepa Nacional, 14 en Cortijos, dos en Pinotepa Don Luis, ocho en Amuzgos y 12 en Atoyac. La mayor actividad de ellos era la siembra de algodón y la cría de ganado vacuno y caballar, importante para el traslado de las mercancías desde ese la costa hasta otros lugares de la república.
En el estado de Guerrero, en el distrito de Abasolo, cuyo centro político y económico era la ciudad de Ometepec, se concentraba la burguesía agraria, prácticamente dueña de todo el territorio del distrito. La familia de Carlos A. Miller era dueña de casi todo el municipio de Cuajinicuilapa, once ranchos ganaderos y alrededor de once mil reses; la familia de Juan Noriega era propietaria de mil hectáreas, donde alimentaba reses, caballos “de buena clase” y burros. Otros propietarios eran de tierras fueron José María López Moctezuma, Ángel Sandoval, Ignacio López Moctezuma, Librado López Alarcón y Antonio Reguera. Otras familias que no tenían tanta tierra completaban sus ingresos para igualar a los anteriores participando en la administración pública.
En todas estas haciendas y ranchos se sembraban diversos productos como caña de azúcar y algodón, lo mismo que se impulsaba la crianza de cabras y ganado mayor; todos para satisfacción del mercado regional y nacional, usando mano de obra mixteca muy barata. Junto a las haciendas y ranchos existieron las “haciendas volantes”, inmensos atajos de cabras propiedad de ricos que arrendaban las tierras comunales para que pastaran y pastores que las cuidaran. Un caso excepcional en esta actividad fue el del español Guillermo Acho que formó un verdadero corredor, a imagen de la feudal Mesta española, que incluía regiones enteras con diferentes características agroecológicas necesarias para la cría y engorda de chivos.
Del otro lado estaba la economía campesina, la que servía a las familias mixtecas para obtener el sustento diario. Los pueblos dedicaban sus tierras a la agricultura tradicional y la sostenían con el trabajo solidario entre familias. Sus productos principales eran maíz, frijol y calabaza, indispensables en su dieta diaria. No obstante las diferencias entre la producción comercial de las haciendas y la tradicional de los pueblos, estas actividades mantuvieron relaciones desiguales y de sometimiento para los segundos. Una de ellas se daba a través de la mano de obra que los habitantes de los pueblos ofrecían a los dueños de las haciendas, ranchos y trapiches para hacerlas producir, donde por salarios míseros trabajan “de sol a sol, hasta que el mayordomo les sacaba todo el juguito” ; la otra era a través de la venta de sus productos agrícolas, principalmente el maíz, por el cual les pagaban precios mucho más bajos en relación con los costos de producción.
Derivada de este sometimiento, los pueblos sufrían el desprecio y la discriminación de los ricos que no los aceptaban como eran, porque además de que usaban técnicas de producción tradicionales, su falta de apego a la producción mercantil les impedía explotar su trabajo. No faltaron quienes -criticando la costumbre mixteca de incendiar los pastos para abrir las tierras al cultivo, a la que se unía la de producir slo lo necesario para el autoconsumo´- propusieran el retorno a los trabajos forzados y “hasta el absurdo sistema de esclavitud”.
Esta situación daba como resultado una marcada división de clases donde los hacendados, rancheros y dueños de las haciendas volantes ocupaban la primera escala de la pirámide, -dominado todas las demás- y la última las comunidades indígenas. En medio de ella se encontraban los profesionistas y pequeños comerciantes, artesanos y uno que otro pequeño ranchero acomodado: los primeros ni siquiera vivían en la región, lo hacían en las capitales de las ciudades más importantes, el Distrito Federal, Oaxaca o Puebla, y se valían de personeros para cuidar sus negocios; la clase media tratando de no perder esa condición y los campesinos sufriendo la explotación de su trabajo que se daba por el pago de un salario en las haciendas o ranchos, la venta del producto de su trabajo a los comerciantes, la renta de sus tierras y el agiotismo en las grandes tiendas comerciales.
Una sociedad de esta naturaleza no podía tener más que un gobierno autoritario, reproduciendo a nivel regional las prácticas políticas nacionales y del Estado, a través de los jefes políticos y los presidentes municipales, que como regla general eran personeros de aquellos. La democracia era una palabra que solo servía para que grupos de personas de las clases acomodadas disputaran a sus rivales de la misma clase social el derecho de gobernar, con el apoyo o la oposición de uno que otro miembro de la clase media o baja, pero no para que el pueblo pudiera gobernarse por el mismo como el significado de la palabra podría inducir a suponer. Esta situación generaba serios conflictos sociales que sus portadores bien se cuidaban de manifestar.
La lucha agraria durante el maderismo
El maderismo llegó tarde a la región. Su presencia comenzó a notarse cuando ya en Ciudad Juárez, Chihuahua, los representantes de Francisco I. Madero entraban en negociaciones para poner fin a las rebeliones que se daban por diversas partes del país. La lucha la iniciaron los hacendados, rancheros y comerciantes cuando se dieron cuenta que el porfirismo iba a caer y si ellos no entraban a la lucha, podían quedar desplazados por las fuerzas que se hicieran del poder. Contaron con que algunos miembros de su clase mantenían relaciones con los rebeldes: Enrique Añorve Díaz, por la mixteca costeña, y Juan Andrew Almazán, por la Montaña, hacía tiempo que se coordinaban en el estado de Puebla con Aquiles Serdán y cuando éste fue asesinado por la policía de la dictadura, buscaron coordinarse directamente con los maderistas hasta El Paso, Texas.
Los ricos querían participar en la rebelión maderista pero no estaban dispuestos a ir a la guerra; por eso convocaron a los campesinos para que fueran ellos quienes participaran. No fue una buena decisión para ellos porque estos conservaban agravios históricos en su contra, pues sus haciendas se habían formado despojándolos a ellos de sus tierras, y donde no fue así explotaban sus tierras a través de las “haciendas volantes”, el trabajo mal remunerado, las compras anticipadas de sus cosechas o los onerosos préstamos -que cuando no podían pagar les confiscaban sus propiedades-. Los campesinos tenían conciencia de esta situación y aún así aceptaron participar en la guerra a la que se les convocaba, no para defender a los terratenientes sino para librar su propia guerra, precisamente contra ellos.
Rebelión en Costa Chica
Uno de los lugares donde más dramático y sangriento resultó el enfrentamiento entre terratenientes y campesinos fue en la mixteca costeña. El 17 de abril de 1911, un domingo de ramos, los pueblos de la región tomaron la ciudad de Ometepec, y tan luego como se hicieron de la plaza comenzó la lucha contra los ricos maderistas. Enrique Añorve Díaz, en su papel de comandante de la rebelión, nombró como prefecto al doctor Marcial Soto, presidente municipal porfirista; es decir, que en lugar de destituir al funcionario porfirista y someterlo, lo colocaba en un cargo superior. Tuvo que recular de esa decisión porque los pueblos se opusieron y pidieron que el nombramiento fuera democrático; finalmente así se hizo, resultando electo Liborio Reina, el candidato de los pueblos rebeldes.
Lo primero que hizo la nueva autoridad fue apoyar la integración de una “Junta Directiva” que procediera a rescatar las escrituras de los terrenos comunales de los pueblos que se encontraran en manos de los terratenientes. Como presidente de la Junta se nombró a Clemente Martínez, un viejo luchador por las tierras del pueblo de Igualapa. La noche de ese día, la Junta comenzó a cumplir su encargo, acudiendo casa por casa de los terratenientes para exigir los documentos. Nadie escapó de esta acción: lo mismo entregaron los títulos Juan Noriega, acaudalado terrateniente regional, que Francisco Romano, terrateniente español; otro tanto hicieron Daniel J. Reguera, Everardo Rodríguez, Adolfo I. Reguera y Antonio Lanche, oficiales maderistas en la revuelta; Andrés López Armora, ex-presidente municipal porfirista y Nicolás Vásquez, el padre de Isaías Vásquez, el pagador del ejército rebelde. Terminado el rescate de los títulos en Ometepec, los rebeldes se desplazaron a las rancherías y pueblos de alrededor para continuar su obra.
La noticia de que los campesinos de Ometepec recogían los títulos de sus tierras usurpadas por los caciques cruzó los límites estatales y llegó hasta los pueblos mixtecos de Oaxaca, quienes siguieron su ejemplo, con el apoyo de aquellos. Buscando poner orden entre los rebeldes y calmar los ánimos de la gente acomodada, Enrique Añorve Díaz ordenó al capitán Manuel Centurión, un ranchero mediano, que con su gente cruzara la frontera del estado y organizara a las fuerzas maderistas de la costa oaxaqueña. El día 30 de abril se puso en marcha, cruzó varios pueblos y el 2 de mayo entró a Pinotepa Nacional sin encontrar resistencia armada. Allí recaudaron una “considerable suma de dinero” para apoyar la causa revolucionaria, incluyendo contribuciones de los indígenas que habitaban las comunidades locales, a quienes el capitán maderista aseguró que, de acuerdo con el Plan de San Luis Potosí, todas las tierras robadas por los ricos serían regresadas a sus verdaderos propietarios.
De Pinotepa Nacional, Manuel Centurión avanzó hasta Jamiltepec -donde había otra rebelión- y después regresó a Ometepec a dar parte a su jefe de la situación en que se encontraba la región. Antes de abandonar Pinotepa Nacional, los mixtecos le presentaron diversas quejas contra los hacendados y los comerciantes de ese lugar, a las que contestó prometiendo que todos los problemas serían atendidos. Los mixtecos le creyeron pero como los días pasaban y no regresaba, comenzaron a celebrar juntas secretas donde discutían las medidas que debían tomar. Pedro Rodríguez, cacique y ranchero local, se enteró de la entrevista de los mixtecos con Manuel Centurión, lo mismo de que se estaban reuniendo para planear cómo recuperar sus tierras, y sin tener facultad alguna mandó detener a Domingo Ortiz, quien figuraba como portavoz de los indígenas, acusándolo de alterar la paz y de agitar a los campesinos.
Los mixtecos acudieron a Ometepec a informar a Enrique Añorve Díaz lo que sucedía, y este decidió enviar al capitán Cristóbal Cortés con una compañía de soldados del pueblo de Igualapa para calmar la situación. Con esa promesa, los mixtecos regresaron a Pinotepa Nacional, pero al llegar se enteraron que Pedro Rodríguez había dispuesto fusilar a Domingo Ortiz al día siguiente; en esa nueva situación decidieron volver a Ometepec pero ya no fue necesario porque en eso llegó Cristóbal Cortés. Era el día 18 de mayo, un mes después de la toma de Ometepec. El capitán maderista se presentó en el palacio municipal donde se entrevistó con Pedro Rodríguez, el cacique; José Santiago Baños, jefe de la policía del lugar, y Jesús Carmona, presidente municipal en funciones.
Cristóbal Cortés ordenó a Pedro Rodríguez que liberara a Domingo Ortiz, a lo que el cacique respondió que no lo haría y que no le importaba que trajera órdenes de Enrique Añorve Díaz. Más calmado, Cristóbal Cortés le informó que traía órdenes de nombrar nuevas autoridades, lo que sacó al cacique de sus casillas; como ya no se podía dialogar, Cristóbal Cortés le sugirió que reflexionara detenidamente la situación y que mientras tanto mandara excarcelar a Domingo Ortiz. Dicho lo anterior dio la vuelta para retirarse. No había terminado de hacerlo cuando José Santiago Baños se acercó al cacique para decirle que el jefe maderista iba preparando su revólver; al escucharlo, el cacique sacó su pistola y disparó por la espalda a Cristóbal Cortés, quien cayó herido de muerte. Una bala se desvió y también quitó la vida al líder de Igualapa.
Los mixtecos respondieron matando al cacique, al jefe de la policía y al presidente municipal porque intentaron defenderlo. Cuando Juan José Baños se enteró de la muerte de su hermano reunió un grupo de hombres para vengarlo. Se fueron a Pinotepa Nacional, donde mataron a un grupo de mixtecos que salieron a intentar dialogar con ellos; después tomaron rumbo a Ometepec, donde dieron su versión de los hechos a Enrique Añorve Díaz. Después de escucharlos no solo les creyó, sino que también nombró a Juan José Baños capitán primero de las fuerzas maderistas en Oaxaca, instruyéndolo para restablecer el orden en Pinotepa Nacional. Con esa acción, los jefes revolucionarios se volvían contra los pueblos que los apoyaban y los enemigos de la revolución pasaban a dirigirla. Eso marcaría el destino de la revolución y el de los pueblos, cada uno tomando su propio camino.
La restauración del reino mixteco
Enterados de los sucesos, los mixtecos comprendieron que las promesas del jefe maderista de que sus tierras les serían devueltas eran mentira, y que ellos ya no tendrían cabida ya entre las fuerzas maderistas. Decidieron entonces caminar ellos solos, haciéndolo de forma radical: acordaron reconstruir el reino mixteco. Liberaron a Domingo Ortiz de la cárcel donde se encontraba, nombraron a Próspero Melo, originario de Cacahuatepec, para que sustituyera a Cristóbal Cortés, y después designaron a María Benita Mejía como reina mixteca, poniendo a su servicio un Consejo de ancianos integrado por “tata mandones”, cuya función principal era la discusión de todos los asuntos y la toma de resoluciones. Domingo Ortiz fue designado cónsul, primer ministro o jefe de las Fuerzas Imperiales de Su Majestad, quien a su vez nombró autoridades que les profesaran fidelidad.
Como parte de sus actividades, Domingo Ortiz envió embajadores a las comunidades indígenas de la región invitándolas a reconocer a las nuevas autoridades mixtecas, ya fuera uniéndose al reino o permaneciendo fuera de él pero declarándose vasallos y pagando sus tributos; los embajadores regresaban contentos por el apoyo que con entusiasmo brindaban las comunidades mixtecas al nuevo reino. El éxito los hizo pensar en la unificación del reino mixteco, desde Pinotepa, Don Luis y Huazolotitlán, en la costa, hasta Yanhuitlán y Coixtlahuaca, en la mixteca alta. Era una idea atrevida que solo Ocho Venado Garra de Jaguar había logrado a principios del siglo XV.
También formó una Comisión que, fuertemente escoltada, visitaba los domicilios de los caciques, hacendados y rancheros para exigirles la entrega de los títulos de propiedad para anular aquellos mediante los cuales se había despojado a los mixtecos de sus tierras comunales; como la mayoría de ellos se negaba a hacerlo, la escolta de la Comisión los amagaba y de esa manera no les quedaba más remedio que acceder. Los títulos recogidos fueron entregados al Consejo de Ancianos para que los resguardara, y estos los envolvieron en la bandera nacional del municipio.
Mientras en Pinotepa Nacional y Ometepec la lucha campesina contra los hacendados entraba en la definición del campo de batalla y los contendientes, los efectos expansivos de ella se veían en sus alrededores. El 29 de abril se levantó en armas en el municipio de Cacahuatepec Eufracio Peña , y el 8 de mayo lo hacía Waldo Ortiz Figueroa en Putla. Este fue un caso atípico porque, igual que en Ometepec, los ricos intentaron una sublevación “pintoresca” para tener margen de maniobra en el reacomodo de fuerzas que vendría después de desplazar a los porfiristas, pero como no querían participar en ella, pusieron a Waldo Ortiz Figueroa para que la encabezara, mientras nombraban como autoridades municipales al señor Pedro González e Isidro Montesinos. Lo que no sabían es que los tres eran magonistas y terminaron dándole un cariz campesino a la lucha.
Ese día, los putlecos vieron desfilar a los revolucionarios por las calles de la ciudad, encabezados por los señores Leonardo Bracho y Pastor González Luna, vecinos del centro. Éste último pronto terminaría rebelándose contra Francisco I. Madero y levantando el Plan de Ayala. Los rebeldes visitaron varios pueblos, donde les demandaron, a cambio de incorporarse a la lucha, que bajaran los impuestos, que en los últimos años habían aumentado más del 100 por ciento con respecto a años anteriores. Naturalmente, los rebeldes aceptaron. También establecieron impuestos de guerra para mantener la lucha, a lo que muchos ricos accedieron pensando en los beneficios que obtendrían después. El 15 de mayo, Waldo Ortiz y su gente marcharon a unirse con otros contingentes para tomar la capital del Estado.
Rebelión en la Montaña
En otros puntos de la región también hubo rebeliones campesinas instigadas por los ricos o sus personeros, que finalmente terminaron volviéndose contra ellos. Fue el caso de los mixtecos de la Montaña de Guerrero, que desde principios de 1911 ya andaban alborotados, por lo menos en los pueblos de Zitlaltepec, Mixtecapa, Yucunduta, Ojo de Pescado, Huehuetepec, Silacayotitlán y Chilixtlahuaca. El 16 de abril –un día antes que en Ometepec- los rebeldes tomaron Xochihuehuetan, dirigidos por Juan Andrew Almazán y Gabriel Tepepa, un viejo guerrillero del estado de Morelos; inmediatamente que se hicieron de la plaza los rebeldes comenzaron a saquear los comercios como forma de vengar añejos agravios. Juan Andrew Almazán intentó detenerlos y como no lo lograra montó su caballo para retirase, entonces algunos líderes le pidieron que regresara, a lo cual accedió a condición de que cesaran los saqueos.
El día 20 de abril pusieron sitio a la plaza de Huamuxtitlán donde la guarnición militar resistió por dos días y noches seguidos. El 22, el capitán porfirista Emilio Guillemín llegó desde Tlapa en auxilio a los sitiados, y Juan Andrew Almazán ordenó la retirada. Para sorpresa de todos, los militares porfiristas no llegaron a defender la plaza sino a rescatar a los comerciantes españoles, con quienes marcharon hacia Tlapa, llevándose unos cien presidiarios para que los ayudaran con las cosas. Los comerciantes y caciques que quedaron pidieron a Juan Andrew Almazán que tomara la plaza. ¿Se habían vuelto rebeldes de un día para otro? ¡No! Lo que querían era asegurar que los rebeldes no saquearían sus bienes ni tomarían represalias contra ellos. El 23, los maderistas ocuparon la plaza. No hubo saqueos pero la fuerza de la resistencia campesina se mostró en toda su magnitud. Ahí estaban los pueblos de Tlatlauqui, Acatepec, Alcozauca, Tlalixtaquilla, Mezquititlán y Tecoyo, entre otros.
Con Huamuxtitlán en su poder, los rebeldes cortaron la comunicación del centro del país con el resto del Estado y estuvieron en posibilidad de marchar sobre Tlapa, el corazón de la Montaña. El capitán Emilio Guillemín informaba que la plaza estaba sitiada por los rebeldes, que el ataque era inminente y que los habitantes de la ciudad simpatizaban con los alzados. El informante no exageraba. Alrededor de Tlapa estaban los pueblos de Alcozauca, Tlalixtaquilla, Mexquititlán Tecoyo, Tenango, Xochituhuetán, Huamuxtitlán, Olinalá, Cualac, entre otros; todos querían ajustar cuentas con los caciques y las autoridades porfiristas que por tantos años los habían explotado. Después de una semana de combates, el día 7 de mayo la plaza cayó en poder de los maderistas y los militares porfiristas huyeron hasta Juxtlahuaca, en territorio oaxaqueño. Los rebeldes volvieron a saquear los comercios y quemaron los archivos judiciales donde constaban las deudas y las incriminaciones contra ellos.
Rebeliones en la mixteca baja
También en la mixteca baja de los estados de Puebla y Oaxaca hubo rebeliones. El 3 de marzo de 1911, un grupo de habitantes del municipio de Piaxtla, Puebla, se levantó en armas, comandado por Jesús Chávez Carrera. Pocos días después, las autoridades municipales se unieron a la causa maderista, igual que grupos de rebeldes de otros municipios, entre ellos Ahuehuetitlán. Después se juntaron con la gente de Tehuizingo, que ya andaban en armas lideradas por un ranchero de nombre Magdaleno Herrera. Estos pequeños grupos de rebeldes se vieron beneficiados por el apoyo que recibieron de los rebeldes de Morelos.
El 11 de abril Emiliano Zapata, Gabriel Tepepa y Juan Andrew Almazán se hicieron con la plaza de Chiautla, donde recuperaron una buena dotación de rifles y parque, además, capturaron y pusieron en prisión a Ángel Andonegui, jefe político de ese lugar. Al enterarse del suceso, los habitantes del pueblo en masa se acercaron al coronel Emiliano Zapata pidiendo se le castigara enérgicamente, acusándolo de haber asesinado a muchos vecinos, sólo por sospechas de ser maderistas. El político fue juzgado públicamente y condenado a muerte, siendo fusilado en el paraje Cruz Verde.[1] [1] Después de la toma de Chiautla los revolucionarios acordaron que Juan Andrew Almazán y Gabriel Tepepa marcharan hacia Huamuxtitlán, en el estado de Guerrero, a preparar su ocupación, por eso andaban juntos durante la toma de Xochihuehuetlán y Huamuxtitlán. El 17 de abril Emiliano Zapata y su gente ocuparon la ciudad de Izúcar de Matamoros. Entre la gente que participó en esa acción se encontraba Jesús “El Tuerto” Morales y Francisco Mendoza, originarios de la mixteca, que serían de los firmantes del Plan de Ayala. Los rebeldes avanzaron rumbo al sur, se unieron a los rebeldes de Tehuitzingo y el 18 de abril tomaron la plaza de Acatlán, sin combatir, porque Miguel Gutiérrez, el jefe político del distrito, al enterarse de la inminencia de esa acción militar huyó hacía Tehuacán protegido por un grupo de rurales, una policía integrada por miembros de los pueblos pero que actuaba bajo las órdenes de las autoridades porfiristas. El 25 de abril todas las fuerzas revolucionarias pasaron al estado de Oaxaca con el fin de ocupar la ciudad de Huajuapan de León, pero cuando llegaron ya estaba en poder de gente de los pueblos de Acatlán, San Pablo Anicano, Guadalupe Santa Ana, Texcalapa, Petlalcingo, Chila de la Floresy de los poblados que iban pasando.[2] [2] Los rebeldes abandonaron luego la ciudad pero no dejaron de acosarla desde los pueblos vecinos. El 28 de abril el gobernador del estado pedía al comandante de la octava zona militar con sede en la capital del estado, que las fuerzas del decimosegundo regimiento destacado en el distrito de Teposcolula, brindara auxilio a Huajuapan.[3] [3] En la noche del día 9 de mayo de 1911, los maderitas de Tehuacán entraron a Santiago Chazumba para propagar la rebelión, a lo que el pueblo dijo estar de acuerdo, preguntaron si las autoridades del pueblo eran dignas de confiar y como les dijera que sí levantaron un acta reconociéndolas y después se retiraron no sin antes solicitar cooperación del pueblo para la revolución.[4] [4] Por esos mismos días otras fuerzas revolucionarias comandadas el coronel Francisco J. Ruiz, originario del estado de Puebla, se internaron a territorio oaxaqueño por Huajuapan, llegando a Tamazulapan hacia el 22 de mayo. Ahí se les incorporan las fuerzas que comandaban Antonio Feria Velasco y Francisco M. Ojeda, oriundos de Teposcolula, y Juan Reyes Saavedra, originario de Tezoatlán; juntas se mantuvieron operando en los distritos de Huajuapan, Teposcolula y Nochixtlán.[5] [5] La toma de Silacayoapan La rebelión por este distrito de la mixteca baja comenzó el 25 de marzo de 1911. Ese día un grupo de maderistas oaxaqueños apoyado por fuerzas comandadas por Gabriel Solís y Luis Curiel, dos personajes económicamente acomodados, originarios de Alcozauca y Tlapa, en el estado de Guerrero; ocuparon los pueblos de Santa Ana Rayón y Cieneguilla, ubicados como a dos kilómetros del estado de Puebla y seis de Guerrero. Otro tanto hicieron los revolucionarios de Puebla, entre los que se encontraba Magdaleno Herrera y Antonio Michaca, quienes poco a poco se fueron acercando para ocupar esta ciudad, cosa que finalmente hicieron el día 2 de mayo por la mañana. Aunque era una ciudad tan importante como otras que se habían tomado, entraron sin combatir porque, Lorenzo Barroso, el jefe político del distrito, huyó después que el gobierno le negó apoyo para defender la plaza.[6] [6] Los rebeldes anduvieron por los pueblos difundiendo el Plan de San Luis y el día 13 de ese mes realizaron una asamblea donde explicaron sus objetivos y después cambiaron a las autoridades. Como presidente municipal nombraron al señor José Pastrana y como juez de primera instancia con funciones de jefe político al señor Tomás Ruiz. No eran gente originaria del pueblo y tampoco de los más pudientes. Eso molestó a los caciques y comerciantes y cuando los maderistas salieron del municipio con rumbo a la capital del estado un grupo de ricos donde se encontraban Julián León, Eutiquio Ramírez, los hermanos Daniel, Abraham y Ricardo Olea, Miguel y Rodolfo Perea, los hermanos Rafael y Procopio León, Manuel Ávila, Nemecio Rodríguez, Francisco y Manuel Vera, Juan Hernández y Amado Rosas, entre otros, se amotinaron y de manera violenta exigieron al presidente que cambiara al juez de primera instancia, pero no lograron su objetivo porque el presidente nombrado se sostuvo.[7] [7] La repercusión de la rebelión entre los mixtecos por esta parte de la región también tuvo efectos políticos. Los pueblos de Coicoyán solicitaron a Gabriel Solís, comandante de las tropas rebeldes, la formación de un distrito para que tuvieran donde atender sus problemas porque pertenecían a Tlaxiaco y les quedaba demasiado lejos; este accedió a sus peticiones cercenando también parte del Distrito de Putla.[8] [8] Otro caso similar fue el de los pueblos de San Francisco Higos, San Mateo Tunuchi, San Martín Sabinillo, que demandaron su separación del distrito de Tlaxiaco y pasar a formar parte del de Silacayoapan, a lo que también se accedió.[9] [9] Los pueblos seguían aprovechando la ola maderista para ganar resolver sus problemas. Pronunciamientos en la mixteca alta El la mixteca alta el 16 de mayo de 1911 se pronunció por el maderismo el señor Elías Bolaños Ibáñez, un rico hacendado y minero, además de colaborador del periódico La voz de Tlaxiaco. Un día después también se pronunció Febronio Gómez “El Político”, un rico comerciante y propietario de un palenque, que durante varios años fue integrante del ayuntamiento de la ciudad de Tlaxiaco, quien en los últimos años había sido desplazado del poder y con las revueltas maderistas veía la posibilidad de volver a él. Más experimentado en lides políticas que Elías Bolaños Ibáñez, Febronio Gómez levantó a los pueblos de la región de la mixteca alta llevando cada uno a sus propios jefes: Ignacio M. Ruiz, Mónico Martínez, Francisco Zafra y Mateo Cortés, de Chalcatongo; Vicente Osorio, de Santiago Yosondúa; Carlos Oceguera, de Itundujia; Rafael Pérez, de San Miguel El Grande; Urbano Carrada, Andrés López, Ponciano López y Rubén Melgar, de Cabecera Nueva, Gonzalo Pérez, de Nochixtlán; Venancio García, de Santa Lucía Monteverde y Benjamín García, de Atatlauca, quien era el corneta de órdenes. En el centro de Tlaxiaco se le unieron los habitantes del Barrio de San Pedro, donde el despojo de tierras había sido más intenso y sus habitantes sentían necesidad de recobrarlas y cobrar la afrenta. Entre los que encabezaban a esta gente se encintraban los señores Aurelio Pacheco y Juan Pacheco, Jesús Sánchez y Vicente Mora. El día que se insurreccionaron, avanzaron a la ciudad haciendo disparos, pero tampoco encontraron resistencia.[10] [10] Febronio Gómez hizo campaña por los pueblos de la mixteca alta ofreciendo rebajar a doce centavos la capitación, lo mismo que devolverles las tierras que los hacendados les habían arrebatado. De la misma manera, a la gente que le pidió cambiarse del distrito de Putla al de Tlaxiaco, les prometió que así sería, aunque sin llegar a decretarlo, como lo hizo Gabriel Solís en Silacayoapan.[11] [11] El día 25 de mayo, las fuerzas maderistas comandadas por Sebastián Ortiz, Faustino Olivera y Baldomero L. de Guevara, tres magonistas de la zona cuicateca, en una acción coordinada con las fuerzas de Francisco J. Ruiz, ocuparon el distrito de Coixtlahuaca.[12] [12] Varios pueblos aledaños levantaron actas de apoyo a los rebeldes pero aún así, cuando los maderistas salieron del distrito el Jefe porfirista destituido, Arnulfo Bravo, se paseaba por las calles de la cabecera municipal. Para someterlo, el señor Alejandro M. Vásquez, el nuevo jefe político nombrado por los maderistas, solicitó al gobierno estatal armas para organizar su propia defensa. Esas armas después serían las que servirían a los zapatistas cuando se rebelaron contra el maderismo.[13] [13] Caída de Porfirio Díaz y las rebeliones agrarias Para el 17 de mayo de 1911, cuando los representantes del dictador Porfirio Díaz y Francisco I. Madero firmaron en El Paso, Texas un armisticio para llegar a un arreglo que pusiera fin a la rebelión, esta ya había perdido su carácter de movimiento de presión y los pueblos mixtecos comenzaban a pelear su propia guerra. Esto lo sabía bien los hacendados, caciques, terratenientes y grandes comerciantes que dejaron de combatir contra las fuerzas porfiristas y enfocaron sus esfuerzos a someter a sus antiguos compañeros de armas. Aprovecharon que eran tiempos de siembra y muchos campesinos dejaron las armas para volver a los arados. La contrarrevolución fue más violenta ahí donde la lucha de las comunidades había sido más radical. La guerra campesina en la mixteca costeña En Ometepec la contrarrevolución incluso comenzó antes que el pacto entre maderistas y porfiristas. Comenzó el 28 de abril, cuando Liborio Reina, el presidente municipal que había ayudado a los pueblos a recuperar los títulos de sus tierras, fue emboscado por Odilón Morán, un soldado de las tropas de Enrique Añorve Díaz, aunque logró salvar la vida. La agresión puso en alerta a los campesinos que de inmediato prepararon el contragolpe. El 11 mayo ajusticiaron a Jesús Medel, que había sido rescatado de la cárcel de Huehuetán por un grupo armado de los terratenientes, el 16 fue ejecutado Romualdo Rosario, partidario de los terratenientes, por haber incriminado a Lorenzo Donaciano, de las fuerzas de Huehuetán y el 24 desde Igualapa se le ordenaba al comisario de San Pedro que suspendiera el cobro de rentas la los labriegos de San Martín y San Isidro, hasta que se resolviera a quien pertenecían. Como parte de la nueva etapa de lucha los mixtecos de Igualapa y Huehuetán planearon el asalto al palacio municipal de Ometepec, con el fin de instalar su propio gobierno. No lo hicieron porque Enrique Añorve Díaz, el comandante de las fuerzas maderistas, intercedió ante el presidente municipal –que estaba de acuerdo con ellos- y Filemón Nolasco el dirigente de los pueblos en rebeldía, para que los aconsejaran que desistieran de esas intenciones. A cambio de no hacerlo los rebeldes exigieron que los terratenientes entregaran las últimas escrituras que tenían en su poder, lo cual fue aceptada por sus antiguos compañeros de armas. El día 25 de mayo, fecha fijada en los Tratados de Ciudad Juárez para que Porfirio Díaz entregara el poder, en Igualapa hubo fiesta para festejar sus éxitos tanto en Ometepec como en Pinotepa Nacional en el rescate los títulos de sus tierras. Cuando la fiesta estaba en su apogeo se armó una balacera en la cual perdieron la vida Filemón y Pomposo Nolasco, así como Hermenegildo Marroquín, las dos personas que antes de la rebelión habían participado en el bando de los terratenientes y eran socios de la Sociedad Agrícolade Igualapa, la que se había apropiado de terrenos que el pueblo reclamaba como suyos. Eran, pues, junto con Everardo Rodríguez, gente de confianza del comandante Enrique Añorve Díaz. Por todas estas circunstancias, la balacera en la que perdieron la vida no fue un hecho fortuito sino un plan para suprimir a los elementos adictos a la burguesía agraria de la región.[14] [14] Viendo el rumbo que tomaba la situación los terratenientes planearon un golpe que tenía que ser definitivo para terminar con la revolución campesina. Convencieron a Enrique Añorve Díaz que preparara una masacre entre los pueblos de Igualapa y Huehuetán. Para hacerlo, mandó llamar a Ometepec a las autoridades de Igualapa para que se presentaran a recibir los títulos de propiedad que habían recogido a los terratenientes. A los habitantes de Igualapa les pareció sospechosa la actitud del jefe maderista pero igual decidieron enviar a 19 “principales” a que acudieran a la cita. Cuando éstos se presentaron fueron aprehendidos sin explicación alguna por las fuerzas maderistas y divididos en dos grupos los sacaron afuera de la ciudad y les dieron muerte. Uno de los principales logró sobrevivir y puso sobre aviso a sus compañeros, quienes se declararon en franca rebeldía. Ellos no lo sabían, pero estaban iniciando el movimiento zapatista en la región. Para el 22 de junio de 1911, el gobierno ya hablaba de que los habitantes de Huehuetán, andaban otra vez de rebeldes, esta vez contra los maderistas, sus efímeros compañeros de causa. Razones no les faltaban para hacerlo, pues todavía no recuperaban todas las tierras por las que se fueron a la revolución en las filas maderistas. En Pinotepa Nacional los maderistas también volvieron las armas contra los campesinos que antes fueron sus compañeros de lucha. El 29 de mayo de 1911, once días después de haber sido instalado el reino mixteco, Juan José Baños, el recién nombrado capitán primero de las fuerzas maderistas, apareció por la ciudad para acabar con ellos, como en realidad lo hizo. Así terminó el intento de los mixtecos de gobernarse por ellos mismos a principios del siglo XX. Pero no solo eso, también se dieron cuenta que su causa y la del maderismo eran asuntos bien distintos y hasta opuestos. Aquellos querían sacar del poder a los porfiristas para ocuparlo ellos y defender de mejor manera sus intereses, los pueblos en cambio querían recuperar las tierras que los hacendados les habían despojado. Tal vez no lo sabían, pero en otros lados del país muchos campesinos pobres como ellos querían lo mismo. La gente bien del lugar se espantó previendo que volvieran a repetirse los actos de abril y mayo pasado y tampoco se quedaron quietos. Lo primero que hicieron fue dirigirse al gobernador del estado de Oaxaca para que tomara medidas que los protegieran; pero aunque quisiera hacerlo no tenía medios para hacerlo, entonces decidió a su vez solicitar apoyo al general Enrique Añorve, comandante del ejército maderista en la región, el mismo que había ordenado la masacre en Pinotepa Nacional, en 29 de mayo. El general era consciente de la necesidad de brindar el apoyo solicitado pero no se arriesgó a realizar ninguna maniobra por su cuenta y riesgo, antes de hacerlo solicitó instrucciones al Secretario de Guerra y Marina, sobre todo por el acuerdo que habían tomado porfiristas y maderistas de que estos últimos no avanzaran mas allá de las plazas que ocupaban al firmarse los tratados de paz. Contra lo esperado, el Secretario consultado contestó afirmativamente, alegando que “tratándose del orden público, las garantías y el llamado por el gobierno debe ser atendido”.[15] [15] La guerra entre terratenientes y campesinos por las tierras estaba cantada. Faltaba ver el rumbo que seguiría. Y en el Plan de Ayala los campesinos tendrían la guía ideológica que no les brindó el Plan de San Luis. En el distrito de Putla también operaban campesinos descontentos con el destino final de la revolución maderista, que a ellos en nada les benefició. El día 27 de septiembre, en el distrito de Zacatepec, los indígenas Tacuates se rebelaron lidereados por Fermín Rendón, originario de ese lugar. Como a las dos de la tarde de ese día, sus fuerzas sostuvieron un combate con las fuerzas de rurales de la región, a las cuales comandaba Pastor González Luna, el maderista originario de Putla que se levantó en armas junto con Waldo Ortiz y que al licenciarse las fuerzas rebeldes se acomodó en la nueva fuerza policial del gobierno. El resultado del combate fue favorable a las fuerzas del gobierno. Al final de la batalla se contaron tres rebeldes muertos, incluido su comandante; un herido y tres prisioneros; además les decomisaron cinco armas de fuego, cuatro caballos, una mula y otros objetos más. De las fuerzas gubernamentales se registró un muerto y dos heridos.[16] [16] La guerra campesina en la Mixteca Baja La acción mas clara de rebelión contra el maderismo se dio el 24 de septiembre de 1911, cuando Jesús “El Tuerto” Morales y Magdaleno Herrera al frente de 200 elementos de tropa, se levantaron en armas en Tehuitzingo, desconociendo al presidente electo Francisco I. Madero, secundando la actitud asumida por Emiliano Zapata en el estado de Morelos. De Tehuitzingo marcharon hacia Chinantla, y lugares circunvecinos para difundir los motivos de su lucha y extender su área de influencia.[17] [17] Para perseguirlos, Victoriano Huerta, que se encontraba al frente de la campaña contra los zapatistas, ordenó al Brigadier Arnoldo Casso López que explotara la zona. El 3 de octubre de ese año el militar comenzó una expedición por el distrito de Chietla incursionando en Tlancualpican, Ixcamilpa y Chila dela Sal, donde andaba operando la gente de Jesús “El Tuerto” Morales, quienes se replegaron para Tehuitzingo. Ese mismo día salió de Chiautla con rumbo a Acatlán una brigada de infantería al mando del mayor Felipe Álvarez compuesta por una compañía al mando del capitán primero Conrado Benítez, las dos compañías del segundo batallón de infantería al mando del mayor Eduardo Ocaranza y los jinetes del décimo noveno cuerpo rural del comandante Camerino Z. Mendoza. En el trayecto pasaron por Tehuitzingo donde entablaron combate con las fuerzas zapatistas que tuvieron que abandonar el lugar. Al día siguiente hubo otro combate en el centro de Acatlán, con saldo también favorable para los federales. Frente a estos resultados Jesús “El Tuerto” Morales y su ejército se dirigieron a Tamazola, en el distrito de Silacayoapan, Oaxaca, de ahí pasaron a Ihualtepec y llegaron a Santa Ana Rayón, en los límites con el estado de Guerrero, hasta donde las tropas federales de Puebla ya no los siguieron, dejando que lo hicieran las de Oaxaca.[18] [18] Ataque a la hacienda La Pradera El día 17 de octubre de ese mismo año las fuerzas zapatistas al mando de los generales Jesús “El Tuerto” Morales y Magdaleno Herrera atacaron y tomaron la hacienda “La Pradera” en el distrito de Huajuapan de León, una de las más importantes del estado de Oaxaca por esa región. Enterado de la situación, el comandante de la octava zona militar el estado de Oaxaca ordenó al mayor Eugenio Escobar, que se encontraba en el municipio de Tamazola que marchara sobre ellos. El día 18, a las seis de la mañana, el mayor y la gente a su mando salieron a enfrentar a los zapatistas. Dos horas y media después llegaron al pueblo de Guadalupe de Ramírez en donde se encontraron con la vanguardia del ejército integrada por quince hombres y comandada por los subtenientes Juan J. R. Stecker e Ignacio Ramírez, quienes les informaron que al intentar acercarse a la hacienda fueron recibidos con descargas cerradas de la avanzada de los zapatistas, que calculaban en cincuenta hombres. Con esa información y otra más de la situación el mayor Eugenio Escobar preparó el asalto a la hacienda para desalojar a los zapatistas. Primero desplegó a sus fuerzas por las principales alturas del terreno obligando a la avanzada zapatista a replegarse al centro de la hacienda, junto con sus compañeros. Conseguido lo anterior ordenó un descanso de la tropa, pues tanto ellos como sus caballos se encontraban bastante cansados por el traslado desde Tamazola y el desplazamiento por el terreno. Para eso se ordenó a los efectivos militares emprender el descenso y concentrarse en otro lugar elevado del terreno, distante del centro de la haciendo como a kilómetro y medio, desde donde se organizó el ataque final. Ante lo inminente del asedio militar los zapatistas concentrados en la hacienda organizaron la defensa. Después de colocar a la gente en los lugares que consideraron estratégicos, los comandantes decidieron tomar la iniciativa y dieron la orden de ataque. De acuerdo con la versión que después difundieron los militares “los cabecillas al mando del cabecilla Jesús Morales, rompió un fuego rápido haciendo funcionar su artillería, cuyos proyectiles no llegaban hasta nosotros; se hizo el avance en tiradores y a 500 metros del punto objetivo, que serian las 10 de la mañana, se rompió el fuego lento avanzando con toda precaución, pues los de la hacienda estaban parapetados, hasta quedar a 300 metros a cuya distancia “empesaban a alcanzar” (sic) los proyectiles; en vista de esto ordené pecho tierra, fuego por salvas y avance por tramos hasta llegar a cien metros en que se dio el toque de ataque dándose el asalto, el cual por su empuje no pudieron resistir los bandidos que en número de más de 300 huyeron en desbandada a los montes cercanos como a la una de la tarde”.[19] [19] Los militares recuperaron la hacienda. Pero los zapatistas no se dieron por vencidos. En los pueblos vecinos se reorganizaron y antes de las dos de la tarde contraatacaron apoyados por los habitantes de Tacache de Mina, al mando de Jesús Montaño, que entre todos sumaban alrededor de setecientos rebeldes. El mayor Eugenio Escobar ordenó que 20 hombres se parapetaran en la torre de la hacienda y desde ahí protegieran a la infantería que avanzó para detener a los atacantes. Después de dos horas de combate y sin que los zapatistas vieran posibilidad de lograr su objetivo se volvieron a dispersar. Los militares los persiguieron hasta Tacache de Mina, donde los zapatistas se dispersaron; ahí cesó la persecución, pues los federales sabían que fuera de la hacienda y sin conocer el terreno podían ser presa fácil de sus enemigos. No se supo cuantos zapatistas murieron en la refriega. Los militares recogieron cuatro cadáveres pero la mayoría fueron retirados por sus compañeros, quienes los atravesaron en sus monturas para llevárselos de ese lugar y darles una sepultura digna; igual se llevaron a los heridos para curarlos. También perdieron su artillería, “compuesta por un tubo con sunchos y una pequeña pieza con cascabel, teniendo en la extremidad una barreta y montada en un tripeé el cual se llevaron; una carabina rémington lisa; una escopeta de dos cañones, una pistola, una granada de mano; treinta y tres caballos, diez de ellos ensillados y tres acémilas”.[20] [20] Por su parte los militares tuvieron un soldado herido, dos soldados y tres caballos dispersos y un caballo de oficial herido e inutilizado y consumieron 2 mil 400 cartuchos. Salida Todas estas luchas de los pueblos mixtecos contra los hacendados, rancheros, caciques, grandes comerciantes y usureros regionales, explican su participación en el acto donde se firmó el Plan de Ayala, el documento que dio dirección a su lucha y al paso de los años se convirtió en símbolo de congruencia y dignidad. Cierto, no estaban todos los que andaban levantados en armas y los que participaban posiblemente no eran los mas representativos; participaban los que ya habían entrado en relación con los campesinos de Morelos, Guerrero y Puebla, entre quienes se fue gestando la idea de tener un Plan que expresara las razones de su lucha; faltaban los que aun no entraban en contacto con ellos. Pero lo importante era que estaban y que los ausentes no tardarían en unirse. Después de la firma del Plan de Ayala para los mixtecos en maderismo fue cosa del pasado. Por diversos lugares brotaron grupos rebeldes con diversas demandas, lo que enriquecía el contenido del zapatismo. En muchos lugares, como Ometepec y Pinotepa Nacional, en la mixteca costeña; Huajuapan, Silacayoapan en la baja; Nochixtlán y Tlaxiaco, en la Alta el centro de las demandas siguió siendo la reivindicación de la tierra, pero hubo otros que por diversas razones no perdieron su patrimonio que enfocaron sus reivindicaciones por otros lados igualmente importantes: la lucha contra los cacicazgos, contra los grandes comerciantes, arrendatarios de tierras y por cambiar la situación de explotación en que vivieron fue parte de ellas. Lo más importante es que se apropiaron del Plan de Ayala y lo hicieron suyo. Cualquiera que fueran sus demandas, las justificaban en el Plan de Ayala, lo mismo si hacían propaganda que si se trataba de entrar en combate. Cuando entraban a pueblos que simpatizaban con su causa, reunían a la gente y le explicaban pacientemente el contenido del Plan de Ayala, los invitaban a sumarse a la lucha y nombraban autoridades afines políticamente a ellos. De todo eso levantaban actas que después guardaban en sus archivos o enviaban al cuartel general. Así pelearon durante varios años, hasta que la revolución tomó otros rumbos y muchos de ellos decidieron el propio. Pero eso ya es otra historia.
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